Tener miedo es tan humano como el respirar. Muchas veces nos paraliza, pero existen situaciones en las que, el propio miedo, es quien nos hace tomar un camino u otro.
Aprendemos a vivir con el miedo desde bien pequeños. Nuestra cultura, la cultura del miedo, nos es bien inculcada desde niños.
A veces nos rendimos y dejamos que la brújula que guíe nuestra vida nos haga perder el norte apuntando siempre hacia el miedo. Sufrimos miedo al qué dirán, cuántas cosas dejamos de hacer simplemente por lo que pueda opinar personas que ni siquiera conocemos. Que ni siquiera nos tenderán la mano cuando estamos a punto de hundirnos. Tenemos miedo a apostar con algo y que salga mal. Me parece mucho más aterrador no apostar por lo que de verdad crees, lo que anhelas y deseas.
Esos malditos «Y sí…» rigen nuestra vida sin ningún tipo de tabú. Hacemos más caso a nuestra cabeza, previamente bien adiestrada, que a los que nos grita el corazón. Y para mí éste es nuestro principal error.
El amor mueve montañas retumba en mi cabeza a todas horas. Prefiero vivir con el miedo que dura lo que dura un salto al vacío, que vivir superando temor por no haber apostado por aquello que crees a punta de corazón.
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