Me precipité al vacío.
Lo llamo vacío por que no había nada.
Me precipité al vacío,
y tan solo veía espaldas
y un silencio aterrador
donde antes vislumbraba una mano.
Me precipité al vacío.
Por tener, como siempre,
la mirada perdida,
tanto, incluso,
como lo estaba yo.
Por no haber alzado la vista
y ver en esa nueva torcida
un auxilio ansiado.
No me precipité a ningún vacío
porque en constante caída,
jamás ves un suelo
en el que, por fin, caer.
Me encerró mi mente una vez más.
Sin avisar.
Sin pistas,
ni resquicios
por donde escapar.
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Hecho con mucho amor.