10 October 2016

 

El 13 de noviembre de 2013 desembarqué en un país que se encontraba devastado tras el paso del Tifón Haiyan (Yolanda)en Filipinas. Llegaba con una maleta que no contenía ropa, tan solo estaba llena de ilusión y un sueño por cumplir. Efectivamente, me había recorrido medio mundo para cumplir el sueño que todo niño ha tenido alguna vez, ganarse la vida jugando al fútbol. He de reconocer que la situación que atravesaba el país estuvo a punto de echarme para atrás, pero ir fue la mejor decisión de mi vida, y no, no por el hecho de jugar al fútbol.

 

Los primeros días era todo muy diferente, demasiado. Me sentía muy perdido y mi inglés era de andar por casa o más bien, para quedarme en casa y no salir… pero con mi gran amigo filipino Henry, que es el culpable de que hiciera la mayor locura de mi vida. Pronto me adapté y empecé a conocer gente y entrenar con un equipo profesional. ¡Llegue a entrenar hasta con 3 internacionales absolutos! Un lujo en toda regla, y más viniendo de dónde venía: la primera regional madrileña.

 

Pero no me voy a detener más en esto, os prometo que quizás sea lo que menos me ha aportado en mi aventura. Seguí conociendo a gente maravillosa, Filipinas se podría llamar el país de la sonrisa perfectamente. Tuve la gran suerte de poder conocer a una de las mejores personas de este mundo. Un hombre que vive por y para el fútbol. Dejó su empresa, de la cuál era presidente, para montar un campo de fútbol cubierto para que todo el mundo pudiese jugar sin necesidad de estar soportando 35 grados y 90% de humedad. Ese hombre es Jonathan Defensor de Luzuriaga, su altruismo le hace vivir para el fútbol sin importarle el dinero. Tan sólo quiere ayudar a gente a través de este magnífico deporte.

 

 

Kick Off Indoor Football Center es lo que podríamos decir el sueño de cualquier futbolero. De puertas para fuera tiene la apariencia de una simple nave industrial, pero no tiene nada que ver con otra cosa que yo haya visto. Entrando al parking ya puedes respirar fútbol, a través de unas puerta de ventilación puedes ver el campo y a un puñado de chavales filipinos jugando a su pasión.

 

En el mismo parking tiene posters gigantes sobre la historia del fútbol, datos realmente curiosos que desconocía por completo, ¡me da rabia no poder recordarlos! Pero os adjunto una foto para que veáis un ejemplo…

 

Ya de camino al campo, se podía ver el “Museo del fútbol” sí, sí, en perfecto español. Jonathan, al igual que muchos filipinos, tienen al español y a los españoles en muy buena estima. En el museo del fútbol había muchas banderas, bufandas y camisetas de equipos de todos los países y unos cuantos cuadros de historia de este deporte. Lo más reseñable era su particular homenaje a Paulino Alcántara, el primer y único filipino que ha jugado en el FC Barcelona.

 

El primer contacto con el dueño de Kick Off fue espectacular, me sentía como una estrella. Nada más verme me saludó efusivamente y se fue rápidamente a su despacho para sacar una bandera de España que posteriormente colgaría en el campo. ¡Me sentía como en casa! El campo es una pasada, tenían un equipo de música imponente que hacía que el reloj se detuviese mientras disfrutabas jugando al fútbol.

 

 

Una vez me presentaron al hombre que me ha aportado la mejor experiencia de mi vida, voy a ir al meollo. En la segunda quincena de diciembre, no recuerdo bien el día, volviendo de ver un partido de Copa en el coche con mi amigo filipino, hablando sobre el futuro y las posibilidades de firmar por un equipo, llegó el momento que marcaría mi vida para siempre.

 

Sonó el teléfono, era Jonathan. Mi amigo filipino Henry respondió y tras mantener una charla de unos cinco minutos colgó el teléfono, se giró y me preguntó a mí y mi amigo español Manu: “Chavales, era Jonathan, el de Kick Off ¿Queréis ir a Tacloban el día 19, 20 y 21 a hacer un clinic de fútbol con más de 300 niños, ayudar y repartir comida? Tenéis unos días para pensarlo” “SÍ” Nos sobraron segundos para responder rotundamente a esa pregunta.

 

Tras la respuesta y la posterior llamada de confirmación, Henry nos explicó que la ciudad estaba destrozada, la gente estaba muriendo de hambre, que era peligroso… Yo personalmente hice oídos sordos, no me importaba. Quería ir a esa ciudad y aportar mi minúsculo grano de arena a que esa gente se olvidase del desgraciado infierno que tuvieron que vivir aunque sea solo por un instante.

 

Los nervios aumentaban, la gente a la que le contábamos lo que íbamos a hacer no daban crédito. Se sentían orgullosos de nosotros. He de decir que a mis padres no les dije nada, para no preocuparles ya que en la televisión española daban una imagen un poco exagerada. Nosotros nos sentíamos unos privilegiados, nadie podía ir a esa ciudad si no eran ONG gigantes, ejércitos o ayuda humanitaria. Había gente que pagaría muchísimo por poder hacer lo que hicimos.

 

Por fin llegó el día. Era 19 de diciembre y nos dirigíamos rumbo al aeropuerto de Manila. Al llegar nos reunimos con el gran Jonathan, su equipo de entrenadores y la televisión filipina. ¡Íbamos a ir con el presentador más famoso del país! Y yo, claro, ni idea de quien era. Cogimos un avión a Cebú donde pasamos todo el día preparando y mentalizándonos de lo que nos esperaba en Tacloban y repasando el planning.

 

Día 20 de diciembre y nos disponemos a coger un avión, por así llamarlo, porque es el más pequeño que he visto en el mundo. Compartíamos asientos con un gran número de soldados alemanes e integrantes de ONG’s. Al llegar el momento del aterrizaje, desde la ventana vimos el paisaje y era totalmente caótico. Las palmeras todas miraban hacia un lado por el viento huracanado, todo estaba lleno de agua, todos los edificios destruidos… incluso la propia terminal del aeropuerto.

 

 

Una vez aterrizados nos bajamos y no dábamos crédito. Eso era un aeropuerto fantasma. Dos paredes que a duras penas se mantenían en pie, un techo de uralita sujeto con bridas como habían podido amarrarlo, todo el suelo lleno de agua, los carteles no existían, las señales estaban pintadas con spray, las cintas de las maletas destruidas… nada, no había absolutamente nada.

 

Al salir de la “terminal” viví el momento más duro de mi vida, se acercaron unos niños como auténticos zombies, con las ropas rotas, toda la cara sucia, sin zapatos y con la palma de la mano hacia arriba haciendo una señal de pedir algo. Se acercaron y nos dijeron algo, no sé el qué, pero su tono de voz era desgarrador, balbuceaban a duras penas unas palabras que emitían tristeza. Nuestros amigos filipinos les dieron las barritas que nos dieron en el avión, todos les dimos lo poco que llevábamos encima.

 

Nos montamos en la furgoneta sin hablar. Yo no tenía un nudo en la garganta. Nunca he sentido nada igual. El pecho me iba a estallar, sentía una presión terrible que apenas podía respirar ni tragar saliva. Estaba mirando por la ventana aquel desastroso paisaje y me faltaban las fuerzas para contener las lágrimas. Nadie dijo una palabra en lo que duro el trayecto. Era imposible viendo la destrucción y muerte en primera persona. “Smell death” (huele a muerte) es lo único que consiguió decir un compañero.

 

Por fin llegamos a nuestro destino, un colegio totalmente en ruinas. Nada más bajar de la furgoneta, todo el mundo se alborotó. Vieron bajar a dos personas blancas de 1,85 y parecía que se les olvidó todo lo que habían pasado. Los niños venían corriendo a vernos como si fuésemos extraterrestres, nos tocaban con una mezcla de asombro y curiosidad. Algunos incluso nos pedían fotos, era alucinante. Aún a día de hoy soy incapaz de comprender como esa gente que lo había perdido todo, incluso padres, hijos… eran capaces de esbozar una sonrisa.

 

 

Al llegar dentro del pabellón nos encontramos ante más de 300 niños y más de un centenar de curioso alrededor. No nos lo creíamos. La televisión había puesto cámaras y el show estaba a punto de empezar. El presentador Paolo Bidiones, una de las celebrities más importantes de filipinas, hizo la vez de presentador y todo arrancó. Hubo bailes de las chicas del colegio, un mago que hizo que los niños alucinaran. Nunca había visto unas caras así de alucinación y felicidad. Tras finalizar, comenzó un simulacro de cómo actuar en casa de catástrofes naturales. Ahí es cuando entramos nosotros y haciendo un poco el tonto, los niños seguían riéndose pero esta vez seguro que de nosotros. Una vez acabado, repartimos unas mochilas con kits de supervivencia y comida para todos. Daba gusto ver cómo se puede ser feliz con tan poco. Antes de irnos estuvimos más de media hora haciéndonos fotos con la gente, era increíble.

 

Por la tarde nos dirigimos a lo que quedaba de un campo de fútbol. Ahora era la sede del ejército que vivía en las gradas y vestuarios. Empezaba lo bueno. Montamos mini porterías, un montón de circuitos para enseñar a los niños un poco de fútbol. Cosa que no habían practicado jamás, de hecho la mayoría no tenía ni zapatos. Les dimos la respectiva equipación y ya estábamos listos para empezar. Nos dividimos en grupos. Nosotros, los dos españoles nos pusimos con filipinos porque si no era imposible comunicarse. Los niños hablaban tagalog, el idioma oficial, o un dialecto llamado visaya del que no teníamos ni idea.

 

Una vez todo preparado comenzamos a disfrutar de verdad, les enseñamos a calentar, conducir el balón, chutar a portería… suficiente para niños que lo habían perdido todo y querían evadirse de la triste realidad en la que estaban sumidos. Debió de durar unas tres horas que a mí se me pasó como 5 minutos. Nunca he disfrutado más con un balón. Las risas eran constantes entre ellos porque no sabían ni como darle una patadita, se lo pasaban en grande intentando driblar conos, estirando los músculos… no paraban de reír, mirarnos e imitar todo lo que hacíamos. De vez en cuando venían y nos abrazaban, nos chocaban la mano o simplemente nos tocaban con un dedo. ¡Qué sensación más bonita!

 

Siguió pasando el tiempo y todo el mundo se lo estaba pasando de cine. Las caras de felicidad eran gigantes. Bastaba nada para reír. Tengo que decir que el ejército nos ayudó bastante ejerciendo de recoge pelotas y dando ánimos. Una auténtica pasada. Esos niños son las personas más fuertes que he visto en mi vida, no me explico cómo podían estar haciendo eso cuando apenas un mes antes muchos de ellos habían perdido a su familia, casa… ¡Son gigantes metidos en cuerpo de niños!

 

 

Las piernas casi no funcionaban del cansancio del viaje y sobre todo el cansancio mental. La presión de tener a 300 niños pendientes de ti es enorme. No quería defraudarles por nada del mundo. Dedicaba todo el tiempo del mundo a enseñarles pequeñas cositas del fútbol, hacer un poco el tonto para hacerles reír… lo que fuera. Una vez terminado el clinic, disputamos un partido contra un equipo de una localidad cercana. Los chavales tenían cierto nivel para tratarse de filipinas profunda. Nos ganaron con todo el mérito del mundo. Me fui muy feliz del campo sabiendo que esos chicos podían llegar lejos y salir de la pobreza con el fútbol.

 

Terminado el partido llegó la locura absoluta más bonita en la que me he visto envuelto. Nos sacaron balones de fútbol y nos pidieron que se los firmásemos a los niños. Estábamos alucinando, ¿nosotros firmando autógrafos? Accedimos encantados de la vida, pensamos que quizás ese sería el único regalo que recibirían por navidad, solo de pensarlo se nos partía el alma pero lo hacíamos con más cariño. Uno a uno fueron pasando y con ayuda de los voluntarios, pudimos escribir su nombre y algunas palabras de ánimo. Se iban con una felicidad difícil de describir. Quizás esa era la única pelota que habían tenido en su vida, y se la habían firmado unos chicos blancos gigantes que no sabían si quiera si éramos de este planeta.

 

Tras la firma de balones, algunos todavía se acercaban y nos pedían que les dedicásemos la camiseta ¡de locos! Qué experiencia más bonita. Recuerdo especialmente a un chaval de 10 años que sabía español y habló conmigo de fútbol. Antes del tifón veía partidos de la Liga BBVA por la televisión, conocía a muchos jugadores ¡conocía al Getafe! Estuve hablando con él y le dediqué la camiseta con un cariño especial. Me moría de pena cuando hablaba con él pero hacia todo lo posible para que él no lo notase y todo fuese normal. Le guardé especial cariño, recuerdo su cara perfectamente, quizás porque es con el más tuve contacto por el tema idioma. Tenía ganas de adoptarle y llevarle a mi casa. Qué sensación más extraña y tierna a la vez.

 

 

Exhaustos por el cansancio nos tumbábamos en el césped y todavía los niños que quedaban venían y se ponían alrededor nuestra sentados o tumbados. Fue maravilloso. Otro de los detalles más reseñables fue que al estar cambiándonos de ropa para irnos, se acercó un militar con un balón y le pidió a mi compañero que se lo firmase. Nos miramos con cara de incredulidad. Los héroes eran ellos. Estaban luchando por reconstruir la zona, viviendo lejos de sus casas, pasándolo mal y todavía querían ellos un autógrafo de nosotros. Increíble.

 

Ya finalizado todo nos dirigimos a un cuarto dentro del campo y saludamos al Capitán general del ejército Filipino, sí tal cual lo leéis. Nos dio las gracias especialmente a nosotros dos, a los españoles, no los podíamos creer nos estaba dando las gracias el hombre que manejaba todo el ejército de un país y cuya misión era reconstruir y repartir comida. También nos dijo que quería dar las gracias a nuestro país por toda la ayuda recibida. Fue un detalle muy hermoso. Me sentí el hombre más afortunado del mundo, me estaba dando el mensaje que iba dirigido a miles de personas que se han desvivido por ayudar a Filipinas. Me fui muy feliz de allí.

 

Cómo habían cambiado las cosas. Al principio la emoción del viaje, una vez allí sentí la tristeza más absoluta. Creo que estuve a punto de estallar y no poder hacerlo. Las ganas de llorar eran enormes. Pero pensé en lo que íbamos a hacer y seguí hacia delante.

 

Sin lugar a dudas es la mejor experiencia que he vivido en mi vida. Nada se puede comparar a algo así. Me siento muy afortunado de haber podido ayudar en primera persona, aunque haya sido muy poco, a un país, a una ciudad que a pesar de no tener nada sufre catástrofes naturales año tras año y les arrebata lo poco que tienen.

 

Finalmente se torció mi fichaje por el equipo. Pero hoy puedo jurar que volvería para vivir lo mismo. No me importa no haber jugado al fútbol profesionalmente. Esta experiencia es más grande que eso. Mi vida ya no ha vuelto a ser igual y estoy feliz por ello. Ahora veo todo diferente, volvería a repetirlo una y otra vez. Es el regalo más grande que jamás he recibido y podré recibir.

 

Un balón una sonrisa

 

Tindog Tacloban.

 

No es solo futbol

Quizás te interese...

Acostumbrado a soportar la caída de losas en los momentos difíciles. Acostumbrado a sufrir 8 días de cada maldita semana con sus interminables 400 noches.
Me precipité al vacío. Lo llamo vacío por que no había nada. Me precipité al vacío, y tan solo veía espaldas y un silencio aterrador
Bandadas de preciosos alcedines danzando en círculos sin impedimentos e incondicionales ante todos los obstáculos. Los podías ver alzando la vista al cielo e incluso
Vida entera vislumbrando abismos, (sobre) viviendo en precipicios, con finales y sin ningún principio. Enanos se tornan gigantes entre ostracismo. Laberintos llenos de tambores batientes,
Name
Suscríbete
Suscríbete
Form sent successfully. Thank you.
Please fill all required fields!

Vértigos y otras Drogas © 2024.

Hecho con mucho amor.